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CRÍTICA LITERARIA

El desván de la memoria

MANUEL PECELLÍN LANCHARRO

Domingo, 18 de junio 2006, 02:00

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Antonio Román, maestro ya jubilado, con ejercicio por muchos lugares de la geografía española, nació en Fuente de Cantos, junto a Monesterio, donde casó y también tiene casa, aunque desde hace mucho es vecino de la capital pacense. Autor pausado, sin prisas por publicar, poco amante de tribunas, debates o encuentros junto a sus colegas, ha ido labrando en buscada soledad una obra en la que figuran títulos como Polvo y luz de cada día, De tierra adentro, Habitable silencio y Materia de silencio. Ha obtenido importantes galardones literarios, entre los que figura el premio 'Ciudad de Badajoz' y , para escribir el libro ahora presentado, recibió una beca de la Junta de Extremadura, atinada concesión a uno de nuestros escritores más notables.

Si bien Antonio R. no es un poeta monocorde, su territorio predilecto lo constituye la infancia, que él vivió tan intesamente como chiquillo pobre, pero bien cuidado, en un hogar de trabajadores, cuando la calle, los juegos y las caminatas por el campo ocupaban tanto lugar de nuestras vidas como la propia escuela o el domicilio familiar. Ese mundo lo guarda el escritor en el 'desván' de la memoria y, como la magadalena de Proust, hasta él lo retrotraen motivos múltiples: una pared recién encalada, el olor a pan fresco de las tahonas, el rauco ladrar del mastín, la estampida de los alumnos tras el balón o un beso adolescente.

«Yo sé el color que tuvo / la ternura / la caricia en la piel de las franelas / planchadas».

«Era bueno, en ayunas, / untarse con saliva las verrugas, / orinar / sobre los propios sabañones, / pasar el hierro frío de la llave / por las boqueras, esconder / para los males de ojos / un puñado de sal».

«Malhayan los inviernos / descreídos y amargos / cuando inflaman las iras / los pechos de los hombres. / Cuando braman palabras / culpando a los destinos».

He aquí tres pasajes, entre tantos, cuyos versos nos conducen connotativamente a aquel pais de carencias insufribles, con tantas personas irritadas por injusticias injustificables, pero donde todavía eran posibles las caricias, los mimos de la madre (figura con mucho peso en la poética de Antonio Román), la solidaridad entre los más pobres. Él conoció ese mundo y lo guarda amorosamente en el desván de su memoria. Temeroso de lo efímero que resultan sus contenidos ante el discurrir de los relojes, quiere plasmarlos en sus poemas, cada vez más sucintos, más desnudos, más musicales también. Nunca nos dejarán indiferentes a cuantos, de una manera u otra, venimos de entornos parecidos.

Antonio Román Díez García, Colores del desván. Badajoz, Diputación, 2006.

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